un jueves en Rosario: la fantasía cibernética de Amelia
una edición especial con una recomendación URGENTE
A las cinco, voy al Cairo a comprar entradas, cumpliendo con una rutina que se volvió parte de muchos de mis jueves este año. Desde que me mudé muy cerca, soy la embajadora oficial del Cairo en mi grupo de amigxs, vengo a comprar racimos de entradas que después voy repartiendo a sus respectivos dueños durante el día. Un rato más tarde, me encuentro con mis amigas en la Lavardén. El concierto es en su teatro, un lugar hermoso al que nunca había entrado antes y al que inmediatamente quiero volver. Cuántos tesoros tiene mi ciudad, inagotables. Debatimos por demasiado tiempo dónde sentarnos, insoportables y muy contentas porque estamos a punto de ver (de nuevo) un espectáculo único.
Cuando Amelia aparece en el escenario, hay algo que quiere que sepamos bien rápido: es un hada hecha de cables y bordes metálicos. Hay una perla gigante en el escenario que emite la misma luz que sale de las manos de las bailarinas que le pasan las manos por el cuerpo (las caricias nunca serán suficiente). Los visuales muestran una naturaleza plateada, olas que tragan la tierra y vuelven, en una animación metálica hermosa. Es mi primera fantasía cibernética de la noche (más tarde, después de caminar muy rápido por calle Sarmiento, me voy a sentar en el Cairo a ver por primera vez Mátrix, reina absoluta del concepto de fantasía cibernética). ¿Cuántas veces vi este disco de Amelia en vivo? Casi todas las veces que lo tocó, por suerte muchas en este año. No me canso. Soy incapaz.
Mi devoción me llevó a convertir a otros a mi religión: mis amigas me acompañan a los conciertos y bailamos juntas. Tenemos cada una canciones preferidas que anticipamos como si cada concierto fuera nuestra única oportunidad de escucharlas en vivo. Mi preferida tal vez sea No Quiero Tener Que Perderte, que siempre me parte el corazón, y siempre la pasó excelente durante ¿De Qué Sirve? Pero, sobre todo en vivo, me fascina el disco entero, sus siete canciones como flechas de láseres me conquistaron desde la primera vez que las escuché y solo se clavan más hondo con cada concierto.
En estos tiempos tan horrendos, el arte puede ser un refugio al que huimos para olvidarnos de las malas noticias que tenemos que recibir todos los días. Pero también puede ser una trinchera desde donde defendemos todo lo que amamos. En la playa iridescente de la fantasía cibernética de Amelia hay lugar para la resistencia, porque amar el arte es defenderlo en la manera que encuentres, caminando las calles de tu ciudad para ir a un concierto, apoyando la creación y el mantenimiento de los espacios donde aparece el arte, amando nuestra industria nacional y queriendo alimentarla.
(Interludio: antes de Amelia tocaron los Lnt. noire, que también me fascinan. Me di cuenta que su música es como un collage, en vivo mezclan sus voces, instrumentos, beats, idiomas para conseguir un resultado hipnotizante).
Al final del concierto, vuelven las bailarinas y se revela luz también en Amelia, puntitos destellantes como una constelación en su abdomen. Por un segundito, no pienso en el espectáculo, ni en la logística técnica necesaria para crear un momento como este. Por un segundito, creo en la magia, no se me ocurre dudar que sea un hada eléctrica, mágica y fosforescente.
Si estás leyendo esta suerte de crónica en el mismo día en el que la saqué y vivís en Rosario, tengo una recomendación urgente para vos: andá esta noche a ver a Amelia en vivo, es el último concierto del año (y posiblemente el último de este disco increíble), ¿cómo negarte a entrar en la fantasía onírika?